Último año de universidad, recién terminada la práctica. Bueno, ¡manos a la obra con la tesis, entonces! Junta con la profe guía, explicaciones varias, entrevistas, lectura, análisis de datos, en fin, toda la aventura que implica terminar la carrera pero, no contaba con un detalle, las reglas habían cambiado y tenía que hacerla sola.
Además, se me ocurrió analizar la programación cultural desde 1990 al 2008, por lo que la hemeroteca de la Biblioteca Nacional se transformó en mi segundo hogar por un largo tiempo, y el “diario popular” (La Cuarta) por ser el más compacto y fácil de revisar fue mi copiloto junto a su Bomba 4 incluida. Ni les explico las caras de la gente que se sentaba frente a mí cuando yo comenzaba a revisar el diario y aparecían las chiquillas con poca ropa en las páginas. Lo cierto es que yo me detenía en la programación de las últimas hojas, pero ver los rostros de la gente era genial.
Mis días transcurrían de la siguiente manera: como nuestra casa familiar es pequeña, el centro de operaciones se instaló en mi pieza. Cuando me levantaba, todos los libros, papeles y archivos varios se trasladaban a mi cama, dejando libre el escritorio para poder usar mi computador y avanzar. Cuando había que dormir (lo que no necesariamente se hacía en el horario del resto de los mortales), todo lo que estaba sobre la cama, volvía a estar sobre el escritorio. Y así, sucesivamente durante algún tiempo.
El día que entregué la tesis fue el más rápido y furioso de todos. Había que cumplir plazos y horarios. Era viernes, 17:00 horas, hacía frío y llovía. Pero esa sensación placentera de hacer click en ENVIAR, luego de haber adjuntado el archivo que se llama “Tesis FINAL.doc”, no tiene comparación. Pasé un fin de semana extraño, así como en estado de zombie, pero aún no totalmente relajada porque el lunes a las 11:00 horas tenía que llevar las tres ediciones impresas para los profesores que la iban a revisar. 124 hojas de puro amor a las comunicaciones y la cultura.
Llego a la oficina de la Escuela de Periodismo, dejo las copias, abrazo a mi profe guía y me entrega su nota. Primera etapa superada. Había que esperar las otras dos y estar atenta para la fecha de la defensa. Me voy a la casa feliz, me duermo una siesta eterna… 17:00 horas, mis amígdalas iban a explotar y la fiebre se apoderó de mí. Jodimos, síndrome post entrega de tesis. A la cama, luego de haber ido a la posta en busca del respectivo pinchazo (esa penicilina con benzatina que te hace odiar las inyecciones). Igual sirvió la semana de licencia, algo de relajo obligatorio no le viene mal a nadie (punto aparte, aproveché de leer el último Harry Potter… le había pedido a mi mamá que me lo escondiera para que no me tentara hasta que entregara la tesis. Sí, soy demasiado ñoña).
Un par de meses después llega la defensa. La preparación no fue tan caótica como la escritura de la tesis, pero implicó su tiempo, su preparación de power point, de video y ensayo previo. Eran sólo 20 minutos y había que explicar todo bien para que los profes de la comisión no salieran con preguntas complicadas, esa con las que te joden en el último minuto.
Como no podía ser menos, me resfrié. El problema ya no eran las amígdalas, ahora mi voz era súper masculina y los mocos no me soltaban. Así que cuando llegué a la sala que me correspondía, y luego de una hora tratando de que el viejo computador que la Escuela había destinado a mi defensa funcionara (igual no lo logramos, una profe me prestó el suyo porque el mío tampoco funcionó. Cosas que te pueden pasar, ¿no?), preparé la mesa que estaba frente a mí y ésta constaba de un computador, una botella de agua y una caja de pañuelitos desechables.
Con poca voz y sonándome a cada rato culminé mi etapa universitaria. La defensa estuvo genial, me acompañó mi familia y un par de amigas (como soy “ruda” los metí a todos adentro de la sala, después de que los vi ahí me entró el pánico escénico, pero había que apechugar, no más). Cuando comenzó la ronda de preguntas de los profes y ellos empezaron a desviar un poco el tema centrándose en la experiencia que me generó esta investigación, miré a mi papá y ambos sonreímos. Esa era una buena señal.
¡Lo hice! ¡Me titulé! Y llegaron los abrazos, las felicitaciones, los agradecimientos y la emoción. Cinco años de carrera habían terminado bien. Así que nos fuimos a la casa a cenar y festejar como corresponde. Luego de eso, me pasé una semana más con reposo por el tremendo resfrío que me agarró. Pero les prometo que desde entonces mi sistema inmune ha mejorado. Una campeona total.
Foto CC vía Flickr.