Corría el verano del año 2009, estaba viviendo mi última etapa en la carrera de Técnico en Locución y Conducción de Radio y Televisión. Había llegado el momento de conseguir mi práctica profesional, posibilidades existían en Santiago, realidades no tantas, ya que la mayoría de las opciones implicaban largos procesos de selección que muchas veces no terminaban siendo exitosos.
Buscando y buscando durante ese año, llegué a una radio AM, santiaguina, de reconocida historia, donde me ofrecían ponerme a prueba por un tiempo, de ser aprobado por el jefe directo, podría realizar mi práctica en ese lugar. Estuve varias semanas rompiéndome el lomo, superando más obstáculos que atleta en los Juegos Olímpicos y llegando a casa para hacer ejercicios de relajación. Sí, porque llegaba como si hubiese caminado kilómetros para pisar mi hogar. Pese a todo ese esfuerzo, el jefe aún no se animaba a dar luz verde a mi práctica.
En ese periodo de evaluación hice de todo, desde mirar computadores para entender el modo de trabajo (sí, pareciera una tontera), grabar en uno de los estudios una y otra vez cápsulas que nunca vieron la luz, hasta redactar textos de noticias para boletines informativos de la radio, con la esperanza de un sobajeo de hombro. Por supuesto nada de eso sucedió.
Pasaban las semanas de ese verano de 2009, seguía expectante esperando la respuesta, también en mi cabeza continuaba la ardua elaboración de múltiples insultos de alto calibre por su lentitud, claramente nunca salieron a la luz, de haber ocurrido eso, jamás esta historia podría haber tenido una conclusión de ensueño, como finalmente pasó.
Es que, cuando iban ¡tres semanas de aniquilación física y mental!, y comenzaba a tirar la toalla para buscar otras opciones, al fin hubo una señal esperanzadora dentro de un agobiante mes de enero. Sonó mi ladrillo, olvídense de un smartphone, bueno eso no es lo relevante, resulta que la persona encargada de aprobar el desarrollo de mi práctica en la radio me informó que había sido aceptado y que podía empezar cuando quisiera. Mi alegría fue más grande que el antiguo Estadio Nacional y que el amor de Valentina Roth por todos los futbolistas de Chile. Olvidé todo el tiempo perdido en esa redacción de improductivas noticias que ningún auditor llegó a escuchar. Lo mismo con las grabaciones. No era importante.
La experiencia en esta radio santiaguina, a pesar de cómo se inició la historia, tan llena de obstáculos y frustraciones, finalizó de la mejor manera. Nunca imaginé que sería así mi primera práctica profesional, conociendo grandes profesionales del medio, distinguidos personajes del aseo, ejercitando la vista con las guapetonas que circulaban por las cercanías de la radioemisora y ¡Por fin viendo que mi trabajo tenía destinatario y que no moría en el bote de basura como cualquier borrador! Fue ahí cuando entendí que para triunfar y lograr los objetivos hay que sufrir un poco.
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