Estábamos a fines del 2007, cuarto año de Licenciatura en Comunicación Social y Periodismo, y había que buscar práctica. La oferta era variada pero postular era una verdadera lata, porque en todos los lugares pedían cosas distintas, pruebas distintas, entrevistas grupales y a solas, pruebas psicológicas e, incluso, test parecidos a una PSU. Igual está todo bien, porque ser practicante no es sinónimo de chacota (aunque algunas entrevistas sí parecían chacota).
Buscando y buscando (y esperando ese golpe de suerte), llegó a mi mail el aviso de práctica de un programa cultural que daban en la televisión pública. ¡Rayos, mi programa favorito de la vida! Postulé con toda la fe, me citaron a una entrevista que duró una hora y media y me senté a esperar el famoso llamado.
El día en cuestión ya eran las seis de la tarde y me dije “ya fue, no me llamaron”. Pero sonó mi celular y por el otro lado de la línea se escuchaba una voz (celestial para mí) que me avisaba que tenía que presentarme el lunes en el canal porque comenzaba ¡ya! Y la reunión de pauta era a las 9. Les juro que tuve que morderme la mano para no gritar y así sonar “normalmente emocionada”. Fue la mejor noticia de mi vida.
Lunes, 9 de la mañana, reunión de pauta, equipo completo y tres practicantes. Ese era el panorama. Y la primera pregunta fue: ¿conocían el programa de antes? Obvio me puse en evidencia con el tono rojito que tomó mi cara… las otras chicas conocían el programa, ¡pero yo lo seguía hace años! Ese fue el primer chascarro. Pero (creo) que no fue tan grande la plancha. Eso espero. (También espero que no se me haya notado tanto la cara de estúpida cuando saludé a los animadores. Una nerd total).
Mi labor era de producción. Tenía que conseguir a entrevistados y locaciones para armar las notas del programa. Era realmente entretenido. Además, el equipo era genial, gente que sabía mucho, que estaba dispuesta a enseñarle a esos pollitos que llegaban con cuatro años de universidad a cuestas pero sin la más mínima idea de lo que significa trabajar de verdad en la tele.
Todo iba perfecto hasta que dijeron que el programa sólo duraría ¡4 CAPÍTULOS!, ya que realizaríamos la temporada de verano y luego volverían en marzo. ¡Chan!
De todos modos, el trabajo desde fines de diciembre y todo enero fue a full, es temporada de mucha actividad cultural, así que teníamos que ir de un lado a otro y armando cosas para que las grabaciones salieran geniales. Pero llegó febrero y la mitad del equipo se fue de vacaciones… excepto los más nuevos y los practicantes.
Fue un febrero leeeeeento, de mucho calor y poco trabajo. Comenzamos a armar cosas para la temporada de marzo, pero no era lo mismo. Yo me imagina trabajando con todo, pero fue necesario frenar a la fuerza, ocupar las tardes en el patio del canal o en el casino con los vales de comida extras que quedaban. Ir a ver los otros programas y saludar a uno que otro conocido que circulaba por ahí.
Y marzo era el mes de la despedida. Imposible quedarse porque comenzaba el último año de carrera, la entrega de la tesis y no había más tiempo. Además, los programas culturales cuentan con temporadas restringidas y poco presupuesto (una lástima, porque hay pocos programas buenos en la tele), así que había que sacarle el jugo a los últimos días donde el equipo se volvía a reunir y comenzaba el movimiento.
Igual, a pesar de la plancha de trabajar en una temporada tan cortita, me quedo con la emoción de decir que hice mi práctica en mi programa favorito de la vida, con mis animadores favoritos, y me morí de la risa produciendo notas para gente genial. El tiempo no lo dice todo. Lo que es yo, la pase increíblemente bien ayudando a producir esos cuatro capítulos.