La tecnología, con el paso del tiempo, se ha vuelto fundamental para el desarrollo de las empresas, hasta el punto de que la no actualización de ésta puede ser causante de un estancamiento y posterior quiebra de la compañía. Es por esto que el hombre se ha visto cada vez más amenazado por las máquinas, cuando de conseguir trabajo se trata.
A pesar de que la palabra trabajo ha pasado por distintas interpretaciones a lo largo de la historia de la humanidad, siempre se ha visto como una actividad necesaria para subsistir, aunque la disconformidad laboral esté presente. Hoy, en pleno siglo XXI, existen los mismos temores que produjo la Revolución Industrial, donde el hombre vive con la incertidumbre de no saber si será sustituido por una máquina, y en consecuencia terminar siendo innecesario.
Al igual que en aquella época, actualmente se piensa que el desarrollo tecnológico terminará arrebatando los anhelados empleos. Y es lógico: las empresas aprovechan la ciencia para reducir costos y maximizar beneficios, ya que una máquina, si bien necesita mantenimiento periódico, no se enferma, no tiene conflictos con sus pares ni con sus superiores, no necesita vacaciones ni cobrar bonos navideños; sin embargo, la creatividad, el esfuerzo, la superación y la identificación con la empresa, son características que jamás un robot podrá suplir.
Ya lo decía, en 1971, Eduardo Galeano en su libro Las Venas Abiertas de América Latina: “…Cada vez queda más gente a la vera del camino, sin trabajo en el campo, donde el latifundio reina con sus gigantescos eriales, y sin trabajo en la ciudad, donde reinan las máquinas: el sistema vomita hombres”, haciendo alusión a lo vivido en plena Revolución Industrial, que se refleja en nuestros días.
Si nos vamos a la práctica, podemos ver que en nuestro diario vivir optamos por utilizar las decenas de máquinas que el sistema nos entrega, antes de ir por el lado tradicional y realizar nuestras actividades con personas. Ejemplo, el uso de los cajeros automáticos ha disminuido el flujo en los bancos, mientras que la Internet y posteriormente el celular han acabado, prácticamente, con el histórico cartero.
Así es como esta situación se reproduce con varios aparatos. Si hasta la cultura se ha visto alterada: los tablet ganan terreno ante las bibliotecas, mientras hay quienes aseguran que el computador ha reemplazado, incluso superado, al cerebro.
Qué diría Isaac Asimov al ver que su principal ley de la robótica, la cual postula que ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que este resulte dañado, y que ha sido plasmada en la mayoría de sus novelas, no sea obedecida por estos nuevos y cotidianos androides.
Porque si bien es cierto que el daño no es directo, como lo imaginó el escritor ruso, existe de igual manera un perjuicio. Por más que se diga que los avances en esta materia son beneficiosos para las personas, pues provoca, entre otras cosas, mejoras en la calidad de vida de los trabajadores, permitiéndoles trabajar menos horas por jornada, la deshumanización laboral es cada vez más evidente.
Por ejemplo, una fábrica emplea a 500 personas, al cabo de un tiempo se crea una máquina capaz de hacer el trabajo de 300 hombres, es decir, se pierden 300 puestos de trabajos. No obstante, para fabricar la máquina se necesitó de personal, por lo que la invención de esta eliminó empleos pero también los creó, aunque en menor medida.
El anterior ejercicio es la prueba de que la tecnología elimina viejos trabajos y crea nuevos, produciendo una migración de mano de obra, de una actividad a otra. Pero, también deja en evidencia que destruye más empleos de los que genera.
Por otro lado, si pensamos que el creador de estas máquinas es el mismo hombre, quien en su afán de jugar a ser Dios, da vida a variados androides que están acabando con la utilidad humana, podríamos darnos cuenta que nosotros mismos estamos cavando, dilatadamente, nuestras propias tumbas, generando que terminemos siendo totalmente prescindibles.
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