Muchos –ya de vacaciones– deben haberla “corrido” asustados al calcular los porcentajes de sus notas porque les resultó ultra difícil ese maldito ramo que los tuvo asustados todo el semestre. Pero también están esos otros que ahora mismo deben seguir lamentándose por no haber estudiado lo suficiente para aprobar la materia que creían fácil y segura.
El adolescente y el adulto joven padecen de un mal muy singular, estudiado y explicado por físicos matemáticos que es llamado el principio o ley del mínimo esfuerzo. ¿Para qué estudiar si me lo sé todo? No entiendo la mitad de la materia, pero estoy seguro que si leo los apuntes, me salvo en la prueba. Nah, es demasiada materia, mejor me quedo con lo que vimos en clases. La memoria y el chamulleo no me van fallar.
En palabras sencillas, consiste en la actitud de no realizar o evitar esfuerzos considerables para alcanzar ciertas metas, influenciado por agentes internos (como la voluntad, el ánimo, el interés, etc.) y externos (como recorrer largas distancias, exposición a climas poco agradables, etc). Este principio es el causante de la mayor parte de los fracasos académicos.
La seguridad que demostramos frente a la vida puede ser considerada como una gran ventaja y el rasgo de una personalidad firmemente construida. No obstante, hay quienes que en un exceso de seguridad, obvian detalles que creen mínimos pero que a la larga son elementales para llevar a cabo y correctamente tal o cual tarea.
Es exactamente aquí en lo que fallan algunos universitarios, al mostrarse muy confiados frente a un ramo, quizás porque quien lo imparte ha simplificado los contenidos y no existe una rigurosidad muy alta en cuanto al tecnicismo de la clase, o simplemente porque creen saber toda la materia.
El problema es que este exceso de confianza les lleva a no estudiar lo suficiente o no asistir siquiera a las clases previas al examen final, lo que les deja –en algunos casos– grandes vacíos de información que a última hora son imposibles de reparar y son el camino directo al fracaso académico.
Quizás el principio del mínimo esfuerzo no sea un sinónimo preciso de “flojera”. Puede tener una connotación positiva si es que se saben filtrar las tareas que requieren de alto esfuerzo y otras, que no lo necesitan tanto como se cree. Se requiere de un poco de tacto y tino para esto.