Cuando solo faltan pocos días para las elecciones presidenciales, el debate se suele centrar en lo que presagian las encuestas, los actos de cierre de los candidatos y análisis sobre los ganadores y perdedores. En este contexto, ¿por qué no reflexionar sobre el sentido mismo de la llamada “fiesta de la democracia”?
Mientras las razones para votar son ampliamente conocidas y difundidas hasta por campañas gubernamentales, los argumentos para no hacerlo cuentan con menos cabida. Ante el reduccionismo que afirma que “si no votas, después no alegues”, es importante repasar algunas de las reflexiones que han llevado a muchos, en distintas épocas y países, a optar por la abstención.
Participar es más que votar: En primer lugar, cabe cuestionarse qué entendemos por democracia y participación. “Participar es más que votar”, dice el eslogan de una campaña argentina. Y es que las elecciones y los cargos políticos no constituyen el único camino para producir las transformaciones que necesita el país.
Fue precisamente en la nación trasandina, donde se multiplicaron las asambleas vecinales , enseñando que las decisiones y discusiones no tiene por qué quedar dentro de las cuatro paredes de las instituciones políticas. A raíz de la crisis económica de 2001, esta experiencia demostró cómo la organización se puede dar en la cotidianeidad del barrio, sin esperar que los políticos tomen las decisiones, muchas veces dando la espalda a sus electores.
O tal como señaló la recientemente electa presidenta de la Fech, Melissa Sepúlveda: "Creo que el cierre institucional que existe en Chile, impide que una candidatura parlamentaria y menos una presidencial, signifiquen transformaciones a favor de Chile (…) Somos capaces y requerimos hoy un proyecto de educación y de sociedad, que responda a las propias necesidades de los territorios y sus comunidades”.
Ser consecuente: para el abogado español Antonio García-Trevijano, “la abstención, es un derecho, que tiene el mismo valor político que el derecho a voto”. Para García-Trevijano, la abstención activa es la solución a la corrupción del sistema de partidos, y la opción más sensata para “todos aquellos que no estamos de acuerdo con las reglas de juego”.
“Yo me abstengo, no voto, porque estoy convencido de que ni la constitución es democrática, ni la ley electoral es representativa, ni el juego del político es limpio”, aclara el abogado. “La autoridad política consta de dos elementos, uno es el legal y otro es el moral que se llama legitimidad”, recuerda. Por lo tanto, la abstención apuntaría a privar de legitimidad al gobierno que salga con una votación inferior al 50% del censo. Esto tendría como consecuencia que “el sistema no tendría más remedio que reformarse en sentido democrático”.
Aunque aún no tenemos los datos de cuántos chilenos sufragarán en estas elecciones, sí podemos recurrir a las cifras de las elecciones municipales pasadas. El 2012, de un total de 13 millones 404 mil integrantes del padrón electoral, votaron poco más de 5 millones.
Si a esto le sumamos el estar gobernados por una constitución que fue ideada y fraudulentamente aprobada durante la Dictadura, se puede concluir que nuestra institucionalidad entera cuenta con muy poca legitimidad. ¿Será posible incidir desde dentro de una estructura ampliamente viciada?
Marketing: actualmente, las campañas políticas se rigen por los mismos criterios de la publicidad. Esto no es ninguna novedad: los comandos tapizan las calles desde semanas antes. ¿Qué utilidad tienen las palomas o afiches que no muestran más que la sonriente cara de una persona, junto a un eslogan? ¿Se trata de un candidato o de un producto más?
Ante esto, el Colectivo Suácate realizó una creativa intervención para denunciar los excesivos gastos de las campañas electorales: “Miles de millones de pesos son utilizados cada cuatro años para ensuciar nuestras calles repitiéndonos una y otra vez un apellido y una foto, sobreponiendo la frecuencia de un nombre a la explicación detallada de sus propuestas”, alertaron.
A partir de esta iniciativa, se ha calculado que los dineros invertidos con fines electorales alcanzan para: 174.000 inscripciones para la PSU, 5.000.000 plantaciones de árboles, 4.000 casas básicas, 19.000.000 de desayunos.
Por último, muchos que tampoco están de acuerdo con el sistema electoral, terminan votando por el “menos malo” o por algún candidato no tanto por su programa e ideas, sino con fines estratégicos. ¿Pero es efectivo someter el fin a los medios? ¿Por qué no antes de cuestionarnos la idoneidad de los candidatos, nos cuestionamos la democracia representativa? ¿De verdad no puede existir otra forma de hacer las cosas? ¿Una sola persona es capaz de representar a millones de otras? La discusión da para rato.
¿Vas a votar durante las próximas elecciones? ¿Estás de acuerdo con la frase: “si votar cambiara algo, estaría prohibido”?”