A solo días del 17 de noviembre, el sentimiento colectivo juvenil es de indiferencia ante la decisión del voto. Hay un clima de incertidumbre y desgano entre las multitudes. Están cansados de lo mismo, del repetitivo escenario político que se teje entre las dos grandes bancadas de la historia de este país.
La pregunta no es menor, ¿Por qué estamos “chatos”? Estamos chatos de que todos los políticos se postulen basados en sus buenas intenciones más no con ejemplos sólidos de esa intencionalidad. Sus actos, más tarde, no se traducen sino en excusas del por qué no se logró, del por qué no se hizo.
Estamos chatos de la categorización innecesaria en la que juegan los “ilustres”, donde los de derecha son corruptos, los de izquierda son “busca pleitos” y los del centro no son “ni chicha ni limonada”.
Estamos chatos de que el único argumento político válido es el desmerecer al otro por su bancada, color, posición y dirección política. ¿Es acaso un derechista menos capaz que un izquierdista? En todo campo verde hay hierba mala, eso es indudable.
Estamos chatos de que los políticos de la “vieja escuela” sigan preponderando los conflictos vividos hace 40 años, sumergiéndose en un clima de irreconciliabilidad y desprecio, clima que heredan las nuevas generaciones. Estamos de acuerdo que el olvido es el arquetipo por excelencia del error y una deshonra a los que nos han precedido, pero el recuerdo no debe ser jamás motivo para detener el avance y el progreso.
Estamos chatos del sistema binominal, aberración de un país democrático, que sigue eligiendo representantes de la población que se favorecen de sus defectos estructurales para continuar de forma vitalicia en los cargos públicos. Estamos chatos de esa política “emotiva” que olvida muy pronto los errores y se deja llevar por una imagen apacible. Estamos chatos de que los proyectos de ley se aprueben por amistad y no por la real necesidad del país.
Estamos chatos de la incansable persecución de poder que no busca más que intereses personales que usualmente, olvidan muy rápido al estudiante, al obrero y a la dueña de casa que aportó con el voto.
Los jóvenes nos aburrimos rápido de la rutina y los discursos anacrónicos. Del “pan y circo” como vulgarmente es conocido. Los jóvenes queremos una verdadera revolución, una revolución que no solo se da en las calles, sino en esas cuatro paredes donde se discute el futuro de esta nación. Una revolución que va más allá de las palabras. La revolución de las ideas. Basta de retórica, necesitamos revolucionarios que ataquen no tanto las consecuencias como las causas. No se trata de caras nuevas, sino mentes nuevas. Y tú ¿Por qué estás chato de la política?