Este último tiempo hemos sido testigos de una gran contradicción, la cual ha pasado desapercibida por la opinión pública y los medios de comunicación. Por una parte vemos cómo la televisión y la sociedad recuerda a los detenidos desaparecidos, torturados, asesinados y humillados por la Dictadura de Pinochet. Los que vivieron esa época miran con aprehensión las estremecedoras imágenes y los que no, las vemos aterrorizados.
Sin embargo esta no sólo ha sido una oportunidad de recordar el terror del que fue víctima Chile en un periodo de su historia, también ha sido una oportunidad de recordar a nuestros héores recientes que lucharon -y muchas veces murieron- contra el régimen, dentro de ellos destaca una institución que hoy en día es blanco de las más duras críticas. La iglesia católica.
La iglesia se enfrentó abiertamente y pacíficamente a todo el aparato represor en su plena hegemonía, muchos sacerdotes vivieron en las poblaciones intervenidas colocándose entre el fusil y poblador, la vicaría de la solidaridad luchaba en tribunales muchas veces sin éxito pero siempre con esperanza. El rol de la iglesia en esa época era la de la lucha contra la injusticia, contra la impunidad de los poderosos que sólo se valían de la coacción para justificar su régimen y su control, el rol de la iglesia fue la de impugnar, por medio de procesos pacíficos, aquellas injusticias siendo también víctima del ataque. La iglesia estaba con el débil. Sorprende, y sorprende de sobremanera ese papel protagonizado por la iglesia chilena de manera tan única y leal que no tiene -en mi opinión- referente en otra parte de nuestra historia, sin embargo, hoy vemos cómo esta misma iglesia, colocada en una posición de poder, protege a los sacerdotes abusadores dañando irreparablemente a sus víctimas. Se vale de la máquina del poder para desautorizar a aquellos que se atreven a denunciar, entre otras cosas, el infierno que han vivido a manos de aquellos que han debido protegerlos y ayudarlos. Es por esto que como iglesia, debemos mirar cuál ha sido nuestro rol estos últimos años, ¿Seguimos protegiendo a los débiles, tal como lo hicimos en la dictadura militar? ¿O ahora actuamos como aquellos a quienes veíamos actuar con completa impunidad? Hemos caído en un halo de superioridad moral y social frente a la sociedad chilena y nos hemos nutrido de una clase poderosa que ha instrumentalizado nuestra institución de manera que ella proteja sus intereses, esto debe terminar. La iglesia debe volver a su rol protector, acogedor y humilde. Muchos queremos a esa iglesia solidaria, aquella que no se valía de la impunidad, sino que la combatía.
Por Mauricio Jullian - Estudiante de derecho
Foto licenciada con Creative Commons de Ignacio Valdebenito