Los Tazos, esas figuras circulares con dibujos de caricaturas, eran un clásico de la colación en el colegio, porque venían en el interior de diferentes snacks. ¿Te acuerdas? Típico que lo primero que hacíamos era restregarlo en la cotona o el delantal del colegio para sacarle los restitos de papas fritas y Chester, por supuesto, ver si no la teníamos repetida. De lo contrario empezaba todo un sistema de trueque con los compañeros.
Los primeros modelos traían a los personajes de las series Taz y Tiny Toons, muy populares en los años 90. Lo entrete era que se apostaban en “partidas” pegándoles a torres en el suelo con la mano. Dada la fiebre infantil desatada, numerosas firmas empezaron a comercializar sus propios Tazos –de cartón en vez de plásticos- basados en videojuegos como Street Fighter II y El Rey León. En Estados Unidos y Canadá hay miles de nostálgicos coleccionistas. Y en Chile no nos quedamos atrás.
Lejos, las más clásicas son las bolitas o canicas. Bolsillos llenas de estas esferas de vidrio (material más usado) eran una señal de poder. Son universales y aunque sus juegos tienen muchas variantes su esencia se mantiene: lanzar una o varias a la vez para aproximarse a otras o a agujeros “objetivo”. Cuando se gana una mano, se toman las canicas del otro u otros jugadores. Lejos un minuto de placer y triunfo, simple y divertido que aún cautiva a los niños.
Las láminas también eran bacanes. Sobre todos las de Dinosaurios que se cambiaban por tapitas de yogurt y que eran de una cartulina dura. Y qué decir la de los álbumes, con imágenes de nuestras series animadas favoritas como Dragon Ball, Súper Mario y el Mundial Francia ’98. Y cuando salían hologramas la sensación era alucinante. Algunos las jugaban como tazos y hacían trampa para ganar muchas a la vez (por ejemplo poniéndose en la mano un poquito de stick fix).
Otros geniales eran los pegalocos, con su sustancia tipo jalea pegajosa y una cola para llegar a ventanas y techos con un solo tiro magistral. Lo malo es que adquirieron mala fama con el tiempo por su composición tóxica (tolueno, por ejemplo). Igual eran de mala calidad, se rompían rápido y casi siempre estaban envueltos en una capa gris de pura mugre. Pero algo a su favor, pese a los inconvenientes, es que eran tentadores… su textura invitaba a morderlos.
Pero veamos qué pasa con las niñas del pasado. La colección de esquelas –ojalá aromatizadas- era la entretención máxima y un símbolo de femineidad bastante dulce. Aquellas hojas de distintos tamaños y figuras como Hello Kitty y Barbie eran atesoradas y cambiadas solo por otras que alcanzaran los mismos niveles de belleza. Si no, una de éstas valía mínimo por tres de menor calidad. Aún recuerdo la satisfacción propia y la de algunas compañeras al mostrar sus nuevas adquisiciones. Casi te daban estatus, ¡insólito! pero cierto.
¿Y los Trolls? Esos duendecitos que los papás encontraban horribles pero que para algunos evocaban ternura con sus cabellos de colores. Ojo, bastaba tocarlos para tener todo un día de buena suerte. Hoy se venden en internet, usados y sucios, y tienen un éxito increíble. Algo tienen esos extraños muñequitos que encantan, sobre todo a las mujeres.
¿Y tú a qué jugabas? ¿Te quedan algunos recuerdos del pasado en casa?
Juegos que marcaron nuestra infancia noventera
Publicado
por
Carolina Montiel