La vida de la ofis no sólo se resume a trabajo, estrés, montañas de papeles y la mirada de rayos X del jefe que todo lo ve. Existen momentos de distensión, para pasarlo bien, poder compartir y conocer mejor a los compañeros de pega (si es que los llegas a conocer bien algún día). Y qué mejor ejemplo que el típico asado de oficina.
Parte con motivo formal, porque dentro de la ofis siempre debe existir un razón que justifique la junta, algo serio para no perder el hilo conductor: la celebración de un cumpleaños, un ascenso, una despedida o simplemente mejorar la convivencia.
Y, aunque todos los grupos de trabajo son distintos y blá, blá, blá,, aparecen personajes recurrentes de cualquier “asado de oficina”. El Buena Onda, generoso por naturaleza, que pone la casa e invita hasta a la última alma que encuentra. El Parrillero que se ofrece como un mártir con delantal para preparar las carnes mientras seguramente se va cociendo codo a codo con éstas. El Chistoso, que se encarga de animar la cosa, siempre con una salida ingeniosa o creando la talla del momento que hará de ese carrete uno memorable para quienes lo recuerden después.
Llegado el gran día, cambian las corbatas y los colores oscuros por la ropa de calle y recién ahí empezamos a reconocer las verdaderas personalidades. Nadie se había dado cuenta que la niña de Finanzas tenía esa cintura y la chaqueta siempre escondía los brazos del compañero diseñador, que nos acaba de contar que en sus ratos libre toca la batería. La cosa es que cada uno adquiere un rol dentro del asado y basta una hora para que las cosas vayan tomando un sabor diferente y tu percepción sobre una persona cambie radicalmente. El sincero, el calladito que muestra sus verdaderos colores o el consejero autodesignado, con el paso de las horas, ya toda la formalidad queda de lado.
Está comprobado que la clave de una oficina exitosa, en buena parte, es gracias a la buena relación entre sus miembros por lo que este tipo de eventos son la mejor oportunidad para trabajar en ello.