Muchas veces, cuando hablamos de liderazgo, pensamos en las cualidades de una persona siendo que se trata de una función. Usualmente confundimos los roles de quien debe ejercer autoridad con el concepto de liderazgo. Y esto es así, porque ambas funciones utilizan recursos de poder e influencia. Se basan, principalmente en la orientación y el respeto. Pero no necesariamente una persona que ejerce autoridad también ejerce liderazgo. Incluso una persona puede ejercer diferentes roles en distintos momentos según sea lo conveniente.
Quien ejerce la autoridad, generalmente estará a cargo por una vía formal. Por ejemplo, en un equipo de fútbol, el director técnico será quién tomará las decisiones. Su cargo fue proporcionado por el conocimiento y la experiencia que tiene para aportar. Ahora bien, sabemos que una persona que ejerce autoridad siempre deberá proporcionarnos respuestas, pero eso no quiere decir que resuelva los problemas, más bien aliviará sus síntomas y servirá para la consecución de ciertos objetivos. Asimismo consideramos que es la persona más capaz para manejar conflictos, porque simplemente tendrá que aplicar la autoridad que se le ha dado. Podemos decir entonces que el ejercicio de la autoridad sirve en tiempos de “normalidad” o para conservar la situación actual. En cambio, ejercer liderazgo es algo de mayor riesgo porque se vislumbran cambios, la necesidad de cambios.
Ya decía Carl Schmitt que en estados excepcionales era el momento del surgimiento de un líder. Si bien dicho pensador lo planteaba en términos políticos, también se lo puede pensar en todo sistema social, en cualquier organización. El líder quiere transformar la realidad. Y para ello necesita transformar el comportamiento de las personas que lo rodean. Es por eso que los líderes despiertan pasiones encontradas. Algunos serán amados, otros odiados. Principalmente porque para poder transformar tiene que evaluar, ser muy crítico de su entorno y convencernos a los demás de un cambio, de ideas nuevas. A nosotros, generalmente los cambios no nos gustan, porque nos dan miedo, porque nos piden un compromiso, que nos hagamos cargo de nuestras propias decisiones. En cambio, cuando existe una autoridad, simplemente obedecemos, delegamos totalmente nuestra confianza al otro. Esto no quiere decir que en el líder no depositemos confianza, pero sabemos que tenemos que ser partícipes de nuestro propio destino.
Para finalizar, podemos decir que el liderazgo tiene que convencer a los demás aun en escenarios de total incertidumbre. Es pedir valentía a los demás. Y es estar dispuestos a mantener una tensión conflictiva. Para que intentemos transformarnos en líderes y no morir en el intento, podemos introducir los cambios que creemos necesarios por etapas para ir mostrando un terreno seguro, abrir instancias de negociación y conseguir aliados. Un líder es respetado sin necesidad de designación formal. ¿Se puede aprender a ser líder?
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