Se acaba el primer semestre del supuesto año en que se acaba el mundo y con eso viene la alegría de las merecidas vacaciones para muchos universitarios y la decepción para tantos otros por esos ramos de los cuales aún no se pueden divorciar.
Independiente si es tu primer año o llevas más semestres de aprendizaje en la selva
universitaria, “echarse” un ramo jamás es motivo de alegría. Hay dos opciones: puede que te dé un poco lo mismo o que se caiga en la temida depresión académica, siempre acompañada de los comentarios de terceros: “si te va mal, es que no te gusta la carrera”, “está bien echarse algún ramo”, “eso te pasa por no estudiar”, entre otros. La pregunta que nos convoca es si realmente vale la pena sufrir tanto por los ramos no cumplidos. Es en parte necesario darse el ánimo para no quedarse amarrado a más gastos (ya que nuestra magnífica educación superior no es en ningún caso gratis, ni barata) y para poder vivir de acuerdo a las épocas académicas que correspondan, pero (y aquí el gran secreto para la tranquilidad) no se es menos por echarse uno (o dos) ramos.
Lo mejor es la organización y preocuparse de que la próxima vez se salve, pero no caer en llanto ni lamento, porque por algo no se cumplió la meta, y la única manera de mejorar es revisar nuestros
propios pasos.
Echarse ramos no es lo peor del mundo, es un tropiezo y un impulso, es parte del juego, pero como chilenos siempre encontramos una excusa: “no tuve tiempo de estudiar”, “el profe enseñaba mal”, “yo sabía que tenía que tomar este ramo el próximo semestre…”. ¿Estarán los universitarios capaces de admitir: me lo eché por huevón?
Por lo menos podemos decir que nos eximimos “por abajo”. Y siempre, absolutamente siempre, es agradable terminar el semestre (ya sea celebrando o llorando) con unas buenas cervezas y una buena compañía. Así es la universidad, unos se titularán antes que otros, pero cuando hay que disfrutar esta época, nadie se queda atrás.
Depresión académica: ¿vale la pena?
Publicado
por
Isidora Montecinos