Es cierto y ya lo dijimos en un post el 12 de abril. Seis de cada diez jóvenes de entre 15 y 29 años con título profesional o técnico no tienen trabajo o trabajan en cualquier cosa que no tiene relación con lo que estudiaron. Pero también sabemos que hay algo que no se puede medir. La VOCACIÓN. Esa palabra inmensa – y a estas alturas un poco trillada – que nos puede hacer optar por renunciar a un futuro económico brillante para dedicarnos a salvar el mundo, escribir libros, filosofar, pintar, actuar, o lo que sea.
Asumámoslo. Muchos de nosotros elegimos no escuchar a los adultos insensibles y fríos que nos decían que con idealismo no se compra comida. No es que no nos hayan advertido. Es que no nos importó. Y aquí está la pregunta clave: ¿habrán tenido razón?
Yo tengo 26 años. Me titulé hace tres de una universidad tradicional. Soy periodista. Tuve una buena práctica, en un medio de comunicación de los grandes. Después de dos años trabajando ahí mismo sin contrato, decidí dejarlo y dedicarme a vender servicios financieros. En un mes no sólo tenía contrato indefinido – con imposiciones, vacaciones pagadas y todas esas cosas que empiezan a importar cuando uno se mantiene sola – sino que también tickets para almorzar, bonos por cumplimiento de metas, y un largo etcétera de beneficios que están reservados para los que se venden al sistema. Y claro, me vendí. Por la nada despreciable suma de mi tranquilidad económica y un plan de isapre decente.
Eso fue hace dos años. Cuando pienso que a los 18 di la prueba para entrar a la universidad segura de que mi futuro estaba en medio de las guerras del Medio Oriente, reporteando para escribir y ganarme el Pulitzer, siento un poco de nostalgia. No sé cómo será en otras carreras. Sí sé que periodismo resultó una decepción bastante grande, por lo menos en el mundo laboral. Ya no vendo servicios financieros, pero tampoco tengo un trabajo estable. Soy una cesante ilustrada. Freelance, en el mejor de los casos.
Hoy no sé si con la misma oportunidad elegiría una carrera más segura. Pero me inclino a creer que no. ¿Por qué? Bueno, porque la vocación es más fuerte. A pesar de que la vida se ha encargado de mostrarme que el camino más fácil era otro, yo no dejo de buscar espacios para escribir y publicar. Como sea. No dejo de sentir curiosidad por todo ni de querer contar verdades. No dejo de creer que algún día, quizá de vieja, pueda encontrar un motivo por el que mis cinco años de carrera hayan valido la pena.
A mi juicio, la vocación es impagable. Es la que impulsa a los grandes, a los que luchan. Por vocación hay profesores voluntarios en las poblaciones, médicos en hospitales rurales y artistas llevando la cultura a la calle. Y claro, si tenemos la ventaja de que nuestra vocación sea bien remunerada, tanto mejor. Pero si no, soy una convencida de que de todas maneras vale la pena. Total, para mantenerse siempre se puede trabajar medio tiempo en cualquier cosa. Y la otra mitad del día queda libre para dedicarse a salvar el mundo.