Cuando éramos chicos, todos fuimos adictos a coleccionar lo que fuera que estuviera de moda entre nuestros amigos. Insistirle a nuestros papás para que nos compraran lo último que el mercado nos ofrecía, era cuento de todos los días, y podíamos incluso llegar a hacer una pataleta si pasaba mucho tiempo sin que tuviéramos un objeto más para nuestra colección.
¿Cómo olvidar los tan bacanes tazos? Niños y niñas fuimos parte de este fanatismo incomprendido por los grandes, quienes sólo veían en ellos unos pedazos de plástico redondos sin sentido. Pero todos quienes coleccionábamos tazos, sabemos que eran mucho más que eso. El cambiar estas pequeñas piezas entre compañeros de curso era de las cosas más divertidas de ir al colegio, al igual que la emoción de abrir un nuevo paquete de papas fritas Barcel (que en paz descancen), y buscar lo que había en su interior.
Los álbumes fueron otra gran etapa de nuestras vidas. Existían álbumes para todos los gustos: Sailor Moon, Dragon Ball, Pokemón y hasta de los Backstreet Boys. Yo creo que en lo que más gastábamos plata era en comprar láminas para rellenar nuestro sagrado librito, con tal de ganarnos el premio mayor que, en esos tiempos solía ser un super nintendo a todo cachete, con juegos incluídos y todo: sin duda, el sueño de cualquier niño. Yo reconozco haberme gastado todas las monedas de la semana en millones de láminas (antes costaban $100, no $300), para después dedicarme a pegarlas con stick fix en mi álbum durante todo el fin de semana.
Algo ya más exclusivo para las niñas, eran las esquelas y los stickers. Recuerdo haber tenido decenas de mini libritos para pegar la enorme cantidad de stickers que tenía. Antes existía la clásica tienda Village, y ahí era donde más la gozaba, contemplando la diversidad gigante de stickers que había y, si tenía suerte, convencía a mis papás para que me compraran unos poquitos para pegar después. Lo mismo con las esquelas, que acostumbrábamos a guardar en álbumes de fotos, agrupándolas por categorías y colores.
Para los varones estaban las cartas Magic, Pokemón o Mitos y Leyendas, ésas que los niños coleccionaban y con las cuales pasaban horas jugando. Yo nunca entendí bien en qué consistía el juego, pero creo que básicamente uno era un personaje, y podía usar diversos “hechizos” o “conjuros”, dependiendo del personaje que uno fuera. Si me equivoco, que algún experto me corrija.
Las bolitas pueden sonar algo más antigüo, pero yo recuerdo que hubo un tiempo en que volvió el 'boom' por éstas, y en los recreos nos poníamos a jugar entre compañeros, e intercambiar si es que algunos teníamos varias repetidas del mismo estilo. Yo llegué a tener más de 100 bolitas, y las cuidadaba como hueso santo en mi mochila, llevándolas para todos lados para no exponerlas a algún robo o pérdida, que me hubiese significado una terrible desgracia infantil.
Ya por último, de las cosas que me acuerdo haber coleccionado están todos los monitos de la Cajita Feliz habidas y por haber. Cada fin de semana, era sagrado ir a chanchear al McDonals, y pedir una cajita feliz, sólo para abrir desesperadamente el envase y sacar el nuevo juguete que había adentro. Era bacán tener todos los monitos de la colección, y llevarlos al colegio para jugar con ellos. La lata era cuando se repetían, y los del McDonals no tenían ningún otro para cambiarlo.
Hoy, he notado que los niños están locos por los Gogos o los Bakugan, unos pequeños monitos que parece que salen en la tele y tienen su propia serie. No he investigado mucho sobre ellos, pero por lo que entiendo se juega tirándolos al piso y haciendo que se abran, gracias a un sistema de imán que funciona apenas se tira al suelo. Demasiada tecnología para mí, creo. Definitivamente me quedé en el pasado.
Y tú, ¿qué recuerdas haber coleccionado cuando chico? Cuéntanos con qué objeto coleccionable te viciaste en tu más tierna infancia...