Cuando el camino hacia la obtención de un título profesional nos lleva fuera de nuestro lugar de residencia todo un mundo nuevo se abre ante nuestros ojos. La forma en que encaramos las diversas variables puede modificar considerablemente nuestro rendimiento. Un análisis superficial podría hacernos creer que todo depende del estudiante. Sin embargo, donde y con quienes seviva puede resultar un factor decisivo, y que bajo ninguna circunstancia debe tomarse a la ligera.
Lo primero que debe evaluar un estudiante es el grado de independencia al que está acostumbrado. Y con independencia no me refiero a si sus padres le permiten salir mucho, sino más bien a la capacidad de valerse por sí mismo (cocinar, lavar, planchar, realizar compras, habilidad organizacional). Ser honesto consigo mismo a este respecto resulta vital para tomar la primera decisión importante, y de seguro, la de mayor peso: arriendo o pensión.
Si la decisión es pensión, casi todos los problemas domésticos a los que se enfrenta un típico universitario desaparecen. De manera tal que básicamente puede dedicarse sólo a estudiar. Con tales ventajas se podría pensar que es una decisión sencilla, pero no lo es tanto, puesto las pensiones son el general casas de familia a las que el estudiante llega como un extraño quien debe adaptarse a un dinámica de grupo que desconoce, y que puede influir en el grado de comodidad que sienta en su nuevo domicilio.
Por su parte, a la hora de arrendar las interrogantes se multiplican, ya que casa o departamento no son lo mismo, y vivir solo o en compañía de otros es algo digno de pensarse con cuidado. A veces podemos llegar a pensar que nos llevaremos de lo mejor con un buen amigo, pero es muy distinto ser amigo a convivir. En ocasiones puede no resultar del todo bien, en especial si las obligaciones se vuelven asimétricas o hay poco respeto por la privacidad y espacios de la persona con quien compartimos arriendo.
Existen además otros tipos de arriendos, como los de las casas en que cada pieza tiene un arrendatario, y es este el caso en que hay que poner mayor cuidado, puesto no conocemos a ninguna de estas personas, ni sus hábitos. A pesar de ello hay algunos datos en los que podemos fijarnos para no cometer un error: 1. Dueño: quien ofrece el arriendo debe ser una persona seria que de la impresión de evaluar a las personas a quienes acepta. Nadie quiere vivir en un lugar lleno de sujetos de mal aspecto y que generen desconfianza. Debe ser alguien que otorgue libertad suficiente para que las personas puedan solucionar posibles desencuentros entre ellos mismos, y no tratar de jugar al intermediario. En instar a hablar a espaldas sólo empeora las cosas.
2. Huéspedes: si antes de aceptar arrendar una pieza tenemos ocasión de interactuar, aunque sea escasamente con alguna las personas que habitan el lugar, tanto mejor. Así sabemos de antemano con quienes estamos tratando y a que se dedican. Eso nos da una pista de las posibles incompatibilidades horarias, entre otras cosas.
3. Estado de la vivienda: no se refiere a que tan lujosa pueda ser, sino más bien si puede notarse la preocupación del dueño y de las personas que ahí viven por mantener un lugar limpio y que cubra las necesidades básicas. Si quien nos arrienda tarda en comprar el gas o no paga las cuentas a tiempo nos traerá muchos problemas.
Como se puede apreciar, bastante complejo. Si se pudiera entregar un consejo fundamental, a mi juicio sería mantener la comunicación. Si tengo a 2 pasos de mi pieza a alguien que me molesta de alguna forma, lo más sensato es comunicárselo de buena manera y tratar de llegar a un acuerdo. Cuando en vez de hacer aquello que parece tan lógico, vamos con el arrendatario a quejarnos y de esta forma nos enteramos se generan resentimientos, el clima se tensa y nada de ello es óptimo, ni para nuestra calidad de vida, ni para nuestra tranquilidad, la cual resulta en demasía necesaria a la hora de estudiar.